Más de treinta tortugas marinas han ingresado en el Área de Clínica de la Fundación CRAM en lo que llevamos de 2018 gracias a la colaboración de los pescadores, que tras capturarlas accidentalmente en sus redes han activado el protocolo de rescate de estos animales tan vulnerables. Sin embargo, la interacción pesquera no es su única amenaza. El diagnóstico de estas tortugas suele revelar un problema común: la ingesta de materiales plásticos.
Tortuga ingresada en CRAM en 2018 que expulsó más de 30 trozos de plásticos
En 2016, Qamar et al. infirieron que aproximadamente la mitad de la población global de tortugas marinas podrían haber ingerido algún tipo de basura. Este hecho suele causarles bloqueos intestinales que pueden desencadenar problemas de salud, desnutrición, tasas de crecimiento reducidas, rendimiento reproductivo menor e incluso la muerte.
Aunque los problemas relacionados con la ingesta de plásticos son los más comunes, las artes de pesca perdidas y los envases desechados también pueden provocarles enmalles si se les enredan en las aletas o el cuello. En este caso, se reducen sus capacidades de natación y aumenta la probabilidad de que la tortuga se ahogue, sea más vulnerable a los depredadores o disminuya su capacidad para alimentarse. En el peor de los casos, el estrangulamiento acaba limitando el riego sanguíneo y se produce una necrosis que podría matar al animal.
La tortuga Niki ingresó en CRAM en octubre 2016 por enmallamiento en su aleta superior izquierda. Sigue en el centro en tratamiento.
Esta situación pone de manifiesto un problema global que está aumentando de forma alarmante. La contaminación actual presente en todos los océanos del planeta tiene efectos adversos también sobre otros organismos marinos y pone en peligro la biodiversidad en general.
Cuando nos deshacemos de un plástico, éste puede terminar en un vertedero, ser incinerado o reciclado. Sin embargo, 8 millones de toneladas de plásticos llegan a los mares y océanos anualmente según la ONU. Este es, sin duda, el resultado de una inadecuada infraestructura y gestión de eliminación de residuos, pero también de una falta de conocimiento público sobre sus impactos ambientales.
El caso del Mar Mediterráneo es especialmente alarmante. En sus aguas superficiales acumula entre 1.000 y 3.000 toneladas de plásticos, principalmente en forma de microplásticos (fragmentos inferiores a 5 mm) resultantes de la rotura de objetos como botellas, bolsas y envoltorios. Convirtiéndose así en la sexta gran región de acumulación de desechos de este material en el planeta, después del Pacífico Norte y Sur, Atlántico Norte y Sur e Índico.
El Mar Mediterráneo representa menos del 1% del área oceánica global. Sin embargo, alberga entre un 4% y un 18% de las especies marinas de todo el mundo y tiene valores ecológicos y económicos de gran relevancia a escala global.
Por todo ello, tenemos la responsabilidad de proteger la gran riqueza biológica marina, y una forma de hacerlo es reducir la cantidad de desechos que llegan al mar a través de nuestros ríos y costas. Cuidar del mar es cuidar de nosotros mismos y de las generaciones futuras.